martes, 1 de mayo de 2012

El adiós del Mago.




Se presentaba con el gesto serio que la ocasión demandaba, jersey gris y camisa clara para dar una noticia que, aunque avanzada en las últimas horas, sabía que resonaría en todos los rincones del planeta. Acompañado por los dirigentes institucionales decía adiós a su casa, al amor de su vida y al trabajo que le ha llevado a ser considerado el técnico del equipo que mejor fútbol ha conseguido exponer en la historia moderna.
De carácter moderado y reflexivo, intuitivo, pero también visceral en señaladas ocasiones, educado hasta el hastío, el humilde recogepelotas creció pensando que nunca merecería los aplausos de una grada que asustaba a pie de césped a los nueve años, quizá por eso buscó la comodidad del segundo plano cuando jugaba, también huyó de los grandes titulares cuando decidió oficializar lo que llevaba años practicando: dirigir el colectivo, optó por secuestrar el tremendismo de sus declaraciones hasta despertar recelo de su veracidad, su pausa mereció las burlas de los medios comunicación rivales que han convertido el periodismo deportivo en un ruedo de chuflas, rumores de portera y gritos de macho alfa.
A Guardiola no se le conoce un gesto violento ni como jugador ni como entrenador. Su legado en el fútbol es muy considerable, más en estos tiempos de persecución de trovadores. Su defensa del toque como solución talentosa en oposición al músculo y los velocistas ha cuajado inesperadamente en este fútbol globalizado, por estética pero también porque retrotrae al espíritu infantil del juego, cuando comienzas a amarlo y pretendes lo imposible: tener tú el balón siempre y que el contrario intente erráticamente quitártelo. Como un experto ilusionista chasqueó sus dedos y expuso su ilusión: los delanteros presionarán de inmediato cuando pierdan el balón y los defensas levantarán la cabeza y tocarán en corto al igual que el cancerbero. Los centrocampistas mezclarán sus posiciones para confundir al adversario e intentarán llegar a ocupar los espacios creados por la movilidad de los puntas buscando la necesaria sorpresa. Los saques de esquina serán menospreciados buscando casi en exclusiva el saque en corto para explotar el juego de pase y la defensa será de ayudas y anticipación. Receta revolucionaria que precisaba piezas muy especiales forjadas en el vivero de la Masía , siempre la primera opción de mercado, más algún retoque de lujo traído de otros pastos para subsanar las carencias puntuales que nos encontremos.

Escogió a sus piezas y en un fútbol de mediocentros defensivos, de “hombres-ancla” de origen africano con una capacidad atlética de maratonianos o disciplinados porteros de discoteca para ese puesto, Pep apostó por un jugador desgarbado, expresión de eterno despiste y con genealogía proclive a la chanza que jugaba en categorías inferiores; apostó por un bajito de Tarrasa, lento de piernas pero de respuesta inmediata a la presión, capaz de equilibrar ritmo y espacio según las necesidades del equipo; apostó por un pálido joven talentoso elegido por la historia para hacer gritar a España en logro inimaginable; creyó en un portero que podía tocarla mejor con el pie que algún centrocampista y con reflejos felinos para quitar balones que olían a red; dejó el alma del grupo a cargo de un guerrero de pelo rizo con corazón de león y cabeza milagrosa y apostó por un menudo volante zurdo con capacidad para asociarse con todos y capaz de llevarse la bola cosida hasta la ducha si era preciso, con unas espaldas para echarse a la institución a los hombros cada domingo. No se entendería el éxito del Barça actual sin la figura de Leo Messi, también de esto tiene mucha culpa el de Santpedor: cuando nadie apostaba fuera a ser el delantero titular se convirtió en el mejor futbolista de todos los tiempos cada domingo.
 
Prometió Pep cuando llegó al cargo diversión y dedicación, de lo segundo da fe su alopecia y los surcos que han ido poblando su rostro, de lo primero da fe cualquier aficionado que no anteponga intereses internos a la delicatessen que ha conseguido elaborar gracias a unos jugadores ahora serios candidatos a premios universales que eran piezas de valía discutida a su llegada al vestuario.
Su Némesis ha sido D. José Mourinho: agresivo portugués, prepotente y triunfador por donde ha pasado. A diferencia de Guardiola, el luso ha buscado el calor de los focos, subirse siempre al podio sin importarle si el cajón había quedado para astillas de tantos golpes que había recibido, haciendo constantes rayas en el suelo para diferenciar a los que comulgan a muerte con él y los demás. Insatisfecho perenne y maleducado compulsivo, ha llegado a límites surrealistas con el apoyo de una Directiva desesperada y de una gradería radicalizada por falta de alegrías. Sus planteamientos no aportarán nada novedoso o positivo ni al deporte ni a las instituciones que lo contratan rompiendo marcas económicas, garantiza competitividad y choque, esfuerzo y grupo, ambición y lucha pero a la vez también deja el campo sembrado de cadáveres y no todos pertenecen a las filas enemigas; deja conscientes brechas abiertas, arrastra a su colectivo a una teoría conspiratoria que los aísla de la realidad mesurada como un gurú de una secta les empujaría a una inmolación de la que siempre huye cuando empiezan a encender las antorchas para buscar otros prados más verdes. Con una fijación insana en todo lo que huela a blaugrana, incapaz de deslizar un elogio sincero o sin paliativos hacia sus oponentes desperdició numerosas oportunidades de transmitir deportividad.
En oposición al flaco catalán, no pasará a la historia de este deporte por implantar soluciones novedosas, estéticas o deportivas, aunque seguro sus estadísticas acaban siendo de proporciones siderales.
Ahora el técnico culé se despide sabiendo que ya ha ganado, sabiendo que es imposible derrotar a un mito, a un referente del barcelonismo, sabiendo que el tiempo agrandará más su leyenda y los que hemos tenido la fortuna de coincidir con este pequeño milagro que fue capaz de erigir no lo podremos olvidar así vivamos mil años. Realmente no anunció su adiós, asistimos a su último truco.
Hasta siempre.




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